La comprensión (Cuentos para la vida Bert Hellinguer)
Un grupo de hombres que todavía se consideraban principiantes, animados por los mismos sentimientos, se encontraron y hablaron de sus planes para un futuro mejor: acordaron hacer las cosas de otra manera. Lo común, lo cotidiano y todo el eterno ciclo les parecían demasiado estrechos. Ellos buscaban lo sublime, lo singular, lo amplio, y esperaban encontrarse a si mismos como nunca nadie lo había conseguido. En su mente ya veían la meta conseguida, se imaginaban como sería, sentían sus corazones latir de emoción y , como se impacientaban, decidieron actuar. "Primero tenemos que buscar al Gran Maestro, porque por ahí se empieza", dijeron. Después emprendieron el camino. El maestro vivía en otro país y pertenecía a otro pueblo. De él se habían contado muchas maravillas, pero nunca nadie parecía saber nada concreto. Pronto quedó atrás lo habitual, puesto que allí todo era diferente: las costumbres,el paisaje, el habla, los caminos, la meta.A veces llegaban a un lugar donde se decía que estaba el maestro, pero siempre que querían saber algo más, oían que justamente acababa de partir y nadie sabía el rumbo que había tomado. Finalmente un día lo encontraron. Estaba con un campesino trabajando en el campo. Así se ganaba el sustento y un cobijo para la noche. Al principio no podían creer que ese fuera el maestro tan largamente anhelado, y también el campesino se sorprendió al ver lo especial que consideraban a aquel hombre que estaba con él en el campo. Éste, sin embargo, dijo: "Sí, soy un maestro. Si queréis aprender de mí, quedaos aquí una semana más, entonces os instruiré". Enseguida entraron al servicio del campesino y, a cambio, recibían comida, bebida y alojamiento. Al cabo de ocho días, al caer la tarde, el maestro los llamó, se sentó con ellos bajo un árbol, se quedó mirando en crepúsculo y empezó a contarles una historia. "Hace mucho tiempo, un hombre joven estuvo pensando que quería hacer con su vida. Provenía de una familia distinguida, no conocía el apremio de la penuria y se sentía obligado a buscar lo sublime y lo mejor. Así dejo al padre y a la madre, siguió a los ascetas durante tres años, luego también los dejó. Encontró después al Buda en persona y supo que tampoco eso le bastaba. Aún quería llegar más alto, hasta donde el aire ya se enrarece y se respira con dificultad, donde nadie antes había llegado. Se encontraba al final de aquel camino y vio que se había extraviado. Entonces quiso tomar el rumbo contrario. Bajó, llegó a una ciudad, conquistó a una cortesana, se hizo socio de un comerciante rico y respetado también. Pero no había bajado ni a lo más profundo del valle, tan solo se había movido por la zona más alta: para arriesgarse del todo le faltaba valor. Tenía amante, pero no mujer; tuvo un hijo, pero no fue padre. Había aprendido el arte del amor y de la vida, pero no había amado ni vivido. Empezó a aborrecer lo que no había aceptado, hasta que se cansó y también lo dejó." Aquí el maestro hizo una pausa. "Quizás os suene la historia-dijo-, y también sabéis cómo acabó. Se dice que el hombre al final se hizo humilde y sabio, amante de lo común. ¡Pero qué es eso comparado con todo lo que desaprovechó! El que se fía de la vida no rehuye lo cercano para buscar un ideal lejano. Domina primero lo ordinario, ya que, de lo contrario, también lo extraordinario en su vida, suponiendo que exista, no es más que el sombrero de un espantapájaros. Se hizo el silencio y también el maestro callaba. Después se levantó sin mediar palabra y se fue. A la mañana siguiente fue imposible encontrarlo. Durante esa misma noche había reanudado su camino sin precisar adónde se dirigía. Los que tanto tiempo parecían animados por los mismos sentimientos, nuevamente tenían que defenderse solos. Algunos de ellos no querían creer que el maestro los hubiera dejado y partieron a buscarlo de nuevo. Otros eran apenas capaces de distinguir entre sus deseos y sus miedos y, al azar, tomaron cualquier camino. Uno, sin embargo, lo pensó. Volvió de nuevo junto al árbol, se sentó y miró a lo lejos, hasta que en su interior se hizo la calma. Sacó de su interior lo que le acosaba y lo puso ante si, como quien después de una larga marcha se quita la mochila antes de descansar. Se sentía libre y ligero. Ante él estaban, pues, sus deseos, sus miedos, sus metas y su necesidad real. Sin mirarlos más de cerca ni querer nada determinado, como quien se entrega a lo desconocido, esperó por si solo a que ocurriera, a que cada cual encontrara en él todo el lugar que le correspondía según su propio peso y rango. No tardó mucho. Se dio cuenta de que allá fuera todo se iba aclarando, como si algunos se marcharan a hurtadillas cual ladrones desenmascarados que se dan a la fuga. Y comprendió que lo que había tenido por deseos propios, miedos propios o metas propias, todo aquello no le había pertenecido nunca. En realidad venía de otra parte totalmente distinta y había anidado en su vida. Pero ahora su tiempo se acabó. Parecía moverse algo que aún quedaba delante de él. Volvía lo que realmente le pertenecía, y cada cual ocupaba su justo lugar.La fuerza se reunió en su centro y finalmente pudo reconocer su propia meta, la que sí le correspondía. Aún esperó un poco hasta sentirse seguro. Después se levantó y se fue.
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